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domingo, 29 de septiembre de 2013

Domingo.

No tengo ni la más remota idea de qué es sobre lo que quiero escribir. Pero quiero escribir.
Este eterno 29 de septiembre está siendo frío y lluvioso. Y eso me encanta. Me encanta la lluvia. Si el día está triste yo también tengo derecho a estarlo. Y lo estoy. No sé ni como ni por qué pero lo estoy. Supongo que en parte es porque es domingo. Depresivo domingo. Odio los domingos.
La verdad es que no está siendo un gran día y solo me apetece escribir. Aquí tengo la sensación de poder hacerlo sin que nadie me critique y me obligue a contestar ningún por qué. 
Me siento libre cuando escribo. Y hoy, aunque no tengo muy claro sobre qué escribir, me apetece.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Un agosto cualquiera.

Después de casi un mes viviendo envuelta en la misma rutina he sido incapaz de no fijarme en todo lo que ocurre a mi alrededor día tras día.
Todo empieza un lunes a las nueve y media de la mañana. Como siempre allí está aquel varón de mediana edad, vestido correctamente con un traje, un hombre de negocios quizás, que como todos los días se dispone a sacar su coche del garaje.
Andando un poco más me encuentro con aquel camión y con un par de chavales con cara de cansados que descargan la mercancía en una frutería. Y como siempre, uno de ellos tímidamente me regala una sonrisa.
Más adelante, en el suelo, sentado como buenamente puede, un joven toca un violín que emite una melodía ciertamente triste a cambio de unas monedas.
Sigo caminando y a mi izquierda puedo ver lo que antes era una casa, ahora casi derruida por completo, y un montón de pájaros que revolotean sobre ella.
Al final de la calle a la derecha en el portal número veinte está aquel hombre, con cara de haber pasado una mala noche. O una mala vida, quién sabe.
Descansando en un banco, una mujer y su hija pequeña ríen de manera agradable consiguiendo sacar una sonrisa a varios transeúntes que pasan por su lado.
Sigo avanzando, en la parada del bus, un chico con una mochila a sus espaldas mira con entusiasmo su móvil, como si no existiese nada más, parece casi tan perdido como yo.
Otro hombre baja velozmente de su casa, saca un cigarro y lo enciende. Parece ser feliz.
Son ya las diez de la mañana y todas las tiendas abren sus puertas. Primero una joyería, luego una tienda de teléfonos, una carnicería y finalmente una librería.
Ya he llegado a mi destino. Me paro a pensar y me doy cuenta de que no me he cruzado con nadie conocido. Siempre son los mismos desconocidos. Supongo que ahora son unos 'desconocidos conocidos'. Es más que probable que pasados unos días este mes que ha pasado tan fugazmente quede enterrado en mi memoria y que con ello me olvide también de esta extraña rutina que me ha acompañado durante este verano que como siempre, ha sido peor de lo que esperaba.